Como un maestro

¿ Qué saben de la vida los que no han sufrido?

Es la pregunta que siempre hacía un tio mio que era medio filósofo pero que nunca estudio, un hombre humilde que atravezó la vida solo con la amistad de los libros y el deseo de aprender, buscando más allá del horizonte. En su momento no comprendí la profundidad de su reflexión tal vez porque yo era muy joven y de la vida no conocía nada, solo existía a travez de las vivencias de otros, mi trayectoria no estaba forjada.

Las experiencias, cuando llegan, suelen golpear fuerte como ese maestro tan temido que utiliza el maltrato para hacerse comprender de sus alumnos. Las experiencias te llevan a un ring de boxeo en el que solo el màs fuerte saldrá vencedor.

No es necesario sufrir para aprender, no tendría que ser una obligación pero eso la vida no siempre lo entiende, o no le da la gana de entender. No buscamos los golpes, intentamos esquivarlos como lógica reacción humana pero en ocaciones el dolor se convierte en nuestro único aliado.

Quizás en el sufrimiento se aprende, se descubre, nace la fortaleza y se endosa la experiencia porque toda esta mezcla es imposible de hayar en un camino sin piedras. Es tal vez el sufrimiento el mejor profesor por mucho que nos destruya y si no logra acabar con nosotros nos impulsa hacía arriba, ofreciéndonos una fortaleza inmaculada.

El no sufrir no enriquece y hace que el ser humano se mantenga en su zona de confort sin conocer, incluso, sus propias capacidades aunque sería mejor aprender sin sufrir.

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Apariencias

Cada vez me pregunto: ¿ por qué las personas tienen que vivir bajo las apariencias?, ¿ por qué tienen que simular lo que realmente son para poder existir?. No comprendo la crueldad de la sociedad actual que lleva a muchos a esconder lo que piensan para lograr salir, más o menos airosos, dentro de una época repleta de porquerias e inmundicias.

Hay que ser como todos o de lo contrario no se es nadie. Un estúpido lanza una reflexión con la fuerza de la manipulación y aunque no tenga la menor lógica una gran mayoria estará de acuerdo, otros se sentirán tan solos en el hecho de no compartirla que preferirán aparentar que la aceptan por tal de no caer en la trampa de las criticas y sobre todo, del rechazo social.

Es una sociedad que obliga a que todos piensen igual, a que todos sigan el mismo camino para poder mantenerse de pie, y para que, , se mantengan en la cima los que ya lo están. Si cada uno va por su lado el poder de los déspotas se va al traste.

Las libertades se convierten a gran velocidad en un espejismo que empieza a dar miedo, ya no existe discreción para dominar a la raza humana porque lo están haciendo cada vez más abiertamente. Nos hemos convertido en » la cosa » de los muy poderosos.

Gente de valor ahoga sus convicciones por tal de no ser pisoteada por el ego de aquellos que, sin embargo, trepan en el fango de la mediocridad. Muy triste la situación porque el mundo pierde lo que vale la pena, a esos grandes personajes que no salen de la sombra por miedo, sufren constantemente puesto que viven en la mentira, endosan una piel que no les corresponde.

En todo momento habrá ese puñado de rebeldes para los que la sumición no será nunca una compañera de viaje e impondrán sus libertades cueste lo que cueste. Se expresarán, pensarán y vivirán con la fortaleza con la que derrumbar todos los limites impuestos. La defensa de sus libertades será siempre más alta que los obstáculos. Puede que la tonta sociedad los rechace, los señale con el dedo pero eso no importa, lo único que interesa es ser verdaderos.

Tal vez la sociedad proteja a los que aceptan fielmente las reglas impuestas, a los que sean sus lacayos por lo que muchos abrazan el singular mecanismo de las apariencias, otros se infiltran en la resistencia, en una lucha sin tregua por imponer la libertad de enseñar una sola cara.

La gente se aleja

Cuando voy por la calle tengo que comprobar algo que ya es inexorable: la gente no mira a nadie, todos muestran un rostro uraño que denota el estar sumidos en un mundo muy personal. No veo emoción ni sentimiento y me parece inquietante porque da la impresión de que nos hemos vaciado de todo lo que comporta la espiritualidad o para que sea más claro: estamos lleno de vacío. Tal vez nos falte lo positivo que llena al ser humano.

Camino por las calles de mi ciudad y capto agresividad en los gestos, en las acciones y hasta en los contactos que la sociedad lleva a cabo. Me parece que nos perdemos en un camino en el que parece prohibido el seguir siendo humano. Si saludo a un desconocido simplemente porque paso a su lado y deseo ser educada no me responde, tampoco me mira, sigue su andar desquiciado y totalmente deconectado de su entorno.

No sé si todo esto da miedo o hay que tomarlo como algo normal y acorde a la época en que vivimos. Posiblemente ambas cosas se puedan dar por correctas y aún asi lo considero descabellado.

La gente se aleja entre si. Un abismo nos separa, poco nos une .

Máscaras

Las máscaras han invadido gran parte del planeta. La sociedad se ha visto obligada a protegerse para poder sobrevivir. Una máscara cubre parte del rostro para poder existir, en pleno siglo XXI.

La humanidad se volvio ciega, ante el sufrimiento de los seres vivos. El poder y la ambición de unos cuantos imperaban ante el drama de las personas, de los animales, e incluso, de la agonia del planeta.

Se despreció de forma descarada lo que vive, no se escuchó a los que pedían ayuda. Se extendió eso de: » mirar su propio ombligo», las acciones demostraron que el famoso yo-ismo era un lema muy seguido.

Las máscaras nos han » tapado la boca», nos recuerdan que hemos hablado mucho para no hacer nada, que hemos blasfemado, que hemos injuriado…

Las máscaras nos llevan, hoy, a bajar la cabeza. Han puesto de rodillas a toda una humanidad

 

Cubano es…

Cuba se enfrenta a sus problemas a golpes de salsa, un vaso de ron y, el increible arte de subsistir en medio de la nada que es tan innato en su gente. La salsa endiablada que brota desde cualquier esquina o que hace vibrar las más destartaladas de las casas, mientras que el cubano intenta llenar su tiempo.

Cuba, esa isla herida de la que millones de gente se va por obligación pero que, se convierte inmediatamente en millones de tatuajes que no se borran nunca del corazón de esos que la vieron por última vez desde un avión o estando encima de ese barco fabricado a escondidas, que los llevará a nueva tierra…o a la muerte en alta mar.

Si, Cuba es: salsa, guaguancó, maracas y una carcajada que estalla en el portal de una casa en ruinas. Un cubano que habla estruendosamente porque el silencio no es asunto de los que viven en la isla, allí todas las voces rompen el muro del silencio y el hablar bajo se lo dejan a los que residen más allá de sus fronteras.

La mujer cubana empieza la limpieza de la casa pero minutos después, deja la escoba en un rincón para ir a conversar con la vecina màs cercana porque es vital saber los últimos acontecimientos ocurridos en el barrio, o en la ciudad.

Los niños juegan en las calles y los adultos se reúnen en los portales o en las aceras para » arreglar el mundo» porque los cubanos siempre » modifican» el curso de la historia, aunque la suya sea un desastre. Un cubano siempre estará dispuesto a imaginar un mundo mejor puesto que extrae del llanto una sonrisa.

Se juega a la pelota con pasión. Lo saben todo y lo que no, se lo imaginan. Genios sin diploma que entienden el significado de la vida mejor que el mismísimo Albert Einstein. Colocan » parches» al cotidiano para que la sobrevivencia tenga luz propia.

Construyen el más diminuto objeto que les saque del apuro mientras arreglan otro que parecia muerto. Esa es la marca: Made in Cuba. Una marca con calidad y desparpajo.

 

Cinco minutos

Siempre solemos encontrarnos con ese personage que se las da de perfecto y que está ahí para lanzar frases que te ponen los ánimos, y el autoestima, por los suelos. No hace falta mucho para que, de repente, lo encontremos al doblar de una esquina.

Después de hablar un poco con este tipo de personas uno sigue su camino de una manera distinta a como lo empezó. Prácticamente ya no caminamos sino que, nos «arrastramos» hasta llegar a nuestro destino deseando meternos en un hueco y no salir màs.

Todos hemos tenido un encuentro asi y lo vivimos mejor o peor, esto depende del grado de sensibilidad que abrigue nuestra manera de ser.

Si te ha ocurrido alguna vez te recomiendo que te ofrezcas cinco minutos para pensar en tu más fiel amigo: tú mismo. Recupera rápidamente esa amistad que quizás hayas dejado a un lado por motivos que solo tú conoces y «estreches» la mano de tu propio yo.

Amarse a si mismo es el comienzo de algo importante, es ese amor al que hay que recuperar  para hacer frente a los «ataques» de esa gente que no nos aprecia como es necesario.

Sitúate frente a tí mismo pero trata de hacerlo sin que las voces que te traen sonido negativo te llene la cabeza. Mírate en el espejo con sinceridad, reconoce los valores que posees y , mientras busques en tu interior, te iras encontrando con virtudes que están ahí pero que, pasaste por alto.

Elimina los miedos que, esos, no te ayudarán nunca en el trayecto que recorras. Los miedos son una amalgama de emociones tanto personales como ajenas que solo existen para poner sancadillas: cuando se cae no se avanza. No alimentes tus miedos, empieza una y otra vez cada vez que te equivoques y hazlo sin temor.

Cinco minutos contigo mismo. Cinco minutos de un reencuentro importante.

 

 

 

 

El optimismo bajo sensura

Sur de Francia:

La noche es fría y el ambiente tan aburrido como de costumbre. Las ventanas de las casas se van cerrando, irremediablemente, a eso de las siete de la tarde. La mortandad gana terreno, la tristeza se puede » sentir» en el ambiente. No se escucha nada en la calle.

El cotidiano en Francia suele ser triste, desprovisto de esa » chispa» que hace que la vida sea agradablemente optimista. No todos son iguales pero por lo general el francés muestra la amargura que ha endosado como una segunda piel, camina con los hombros caídos y el rostro triste sin la menor expresión de alegría.

Los jovenes se sienten viejos antes de tiempo mientras que, los ancianos, esperan esa muerte de la que tanto hablaban en sus años mozos. En realidad, un francés se queja constantemente y es lo que mejor sabe hacer: nace y muere pero entre un estado y el otro no vive.

Francia, el país al que se llega optimista y pronto se piensa, únicamente, en lo negativo por puro mimetismo. La alegría natural es cortada de raíz, en Francia es un sacrilegio.

Una conversación banal toma siempre un derrotero espinoso: las enfermedades, el tiempo que pasa y la muerte. Un francés cuenta el proceso de una enfermedad de un familiar, de un amigo o, del amigo de ese amigo, con detalles precisos. Se regocija al abordar el tema del fin de una vida; tema que sale a relucir muchas veces sin ningún motivo pero llega…y se queda. Cumplir años para muchos es un símbolo de que se acerca la vejez y la muerte, un año más acerca la enfermedad y, por consiguiente, el final.

Para muchos franceses un: » ¡ ay»! , es el cimiento del cotidiano. La queja eterna que se intensifica al ritmo de ese andar que arrastra los pies. La queja de esa persona ciertamente joven pero que, ya habla de que tendrá que usar un bastón porque » ese es el detino» de todo ser humano, se sale » vacio» de un momento de conversación con un francés.

Cuando alguien rompe barreras y lanza una carcajada en la calle el amargado que camina cerca gira la cabeza intentando comprender qué ocurre, es extraño un estallido de alegría en medio de un perpetuo velatorio.

Bendito sean esos franceses que se han convertido en » ovejas negras» dentro de su propio país, esos que escalan el alto muro que separa el pesimismo del optimismo y que desean: ! vivir!. Un pequeño número que recuerda el bien que hace una sonrisa.

El optimismo se halla » prohibido» por una historia de genes. Un » bombardeo» psicológico que cumple muy bien con su cometido: hacer de Francia un país triste, morboso y sin esperanzas. La muerte se espera desde que se nace y la vejez se vive desde la juventud. El simple contacto con un francés suele secar el alma.

Un aplauso para esos que salen corriendo de ese camino trazado por aquellos que no saben para qué nacieron.

 

 

 

 

El tiempo

Vivimos en una especie de vorágine en la que los días se suceden con tal intensidad que a veces nos da la impresión de que hacemos las mismas cosas, nos viene la sensación de estar estancados en un mismo día ya que todo es repetitivo al extremo.

Nos  » olvidamos» del tiempo y, sin embargo, se encuentra ahí. Parece paralizado ante la rutina pero corre sin que nos demos cuenta. Corre mucho el tiempo en la actualidad, corre demasiado.

Antiguamente, en la época de nuestros abuelos, el tiempo transcurría con más calma. La sociedad se ofrecía el lujo de disfrutar de ciertos momentos repletos de calidad emocional: leían el periódico largo rato, se sentaban en la mecedora que se hallaba en el portal de la casa para hacer una buena digestión mientras miraban a lo lejos con tranquilidad. Las comidas se hacían en casa, en familia. Se paseaba sin apuros, se saludaba a los amigos, se conversaba sin prisas.

Existían graves problemas relacionados con la época, eso es cierto. Problemas los hay también ahora, cada momento su historia.

El tiempo se disfrutaba antes. Se disfrutaba, tal vez, con muy poco porque se apreciaba la calidad de lo humano: emociones, entregas, solidaridad, bondades, amistad, lealtad…los valores se encontraban en unión perfecta con el tiempo.

En el presente el tiempo no tiene gran calidad porque se ha » vendido» al consumismo, al atroz materialismo, a la maldad. Se trata de un tiempo muy moderno en el que el ser humano es un robot entregado por entero a las tareas repetitivas o a la ambición de buscar más y más dinero aunque esto último implique » entregar el alma al diablo».

Un correr hacía ningún lado en concreto, se busca un algo que no se sabe precisamente lo que puede ser. Los valores se pierden, la humanidad se ha cambiado por la indiferencia y la intolerancia. El amor se ha quedado relegado para dar paso al odio. El ser humano se autodestruye y destruye a ultranza, encontrando placer en todo esté proceso.

Nada es como en el pasado, en la » locura » masiva el tiempo se escurre con rapidez y los días, meses y años pasan sin que se pueda hacer cuerpo con ese tiempo que los forma.

El hombre tiene el progreso en sus manos pero no tiene los detalles, la esencia, de la vida porque derrocha el tiempo en lo que no tiene importancia. El tiempo pasa de prisa cuando no se hace nada por retenerlo en lo que vale realmente la pena.

 

Los reyes de España en Cuba

Los reyes de España, Felipe VI y Letizia Ortiz pasaron por la Cuba revolucionaria de la dictatorial dinastia de los, ya famosos, hermanos Castro. Fue anunciada como la » visita historica «, la primera realizada por un Monarca español a la isla.

Los reyes fueron a Cuba pero… ¿ fueron realmente a la Cuba comunista ? , esa es ya otra historia. Que aterrizaron en La Habana es un hecho, puesto que no se reunieron con los disidentes pero existe una foto de muy mal gusto, por cierto, en la que se les ve posando ante la enorme imagén del tal  » Che » Guevara, ese que asesinó a tantos cubanos y que en la actualidad domina una parte de la Plaza de La Revolución, junto a la estatua del poeta José Martí. Gran humillación para Martí el tener que estar tan cerca del asesino de la Cabaña, porque así le decían a Guevara y se ganó tal calificativo » gracias » a los muchos que mando asesinar en aquel lugar llamado La Cabaña.

Volviendo a los reyes; una visita que hace que el corazón de tantos y tantos cubanos que han sufrido por las atrocidades de la dictadura, de un bestial vuelco en el pecho porque sus Majestades dan la espalda a la desesperación de todo un país mientras que, ofrecen luz a los verdugos que actúan en la isla.

Doña Letizia se dio su paseíto junto a Lis Cuesta, la flamante » primera dama» cubana. Recorrieron algunas calles de La Habana mientras que Felipe VI estrechaba la mano del presidente Diaz Canel, el hombre al que Raúl Castro pusó en ese puesto por iniciativa propia ya que el pueblo no tuvó ninguna manera de oponerse. No hubó elecciones, nadie les consultó y ante tales signos de falta de democracia evidente los reyes aterrizan en Cuba.

El rey Felipe VI ofreció un discurso durante la cena organizada por la dictadura, elogió muchas cosas: la historia que une a ambos países, la cultura cubana y alguna que otra cosilla más, en fin, dijo lo que se dice siempre en tal ocación y que tal parece ser siempre lo mismo. Mencionó su deseo de ver a Cuba entrar en el camino de la democracia como lo hiciera, en su momento, España. Hizó alusión a las libertades que son necesarias en la isla pero no por eso se merece una medalla puesto que,  el estar sentado a la mesa del tirano ya lo convierte en cómplice.

Durante la estancia no les faltó de nada y, seguramente, no pensaron en el cubano de a pie que no tiene comida, ni medicinas ni el menor derecho de existir. Los reyes se encontraban con los dictadores y,  posiblemente,  fuera más que suficiente.

Vieron lo mejorcito del país. Asistieron al » circo» organizado por los » dueños» de Cuba pero no pusieron ni un pies en las cárceles repletas de gente inocente que no ha cometido un único crimen: no estar de acuerdo con la Revolución de Fidel Castro. No asistieron al terrible cotidíano de una miserable familia que no sabe qué poner en la mesa para subsistir.

No hubó ningún frente a frente con la realidad cubana, ellos fueron a lo suyo. Todo al margén del horror comunista. Los reyes pasaron muy por encima de la verdad al puro estilo cubano. Que pena de viaje. Que pena de personajes.