Los reyes de España en Cuba

Los reyes de España, Felipe VI y Letizia Ortiz pasaron por la Cuba revolucionaria de la dictatorial dinastia de los, ya famosos, hermanos Castro. Fue anunciada como la » visita historica «, la primera realizada por un Monarca español a la isla.

Los reyes fueron a Cuba pero… ¿ fueron realmente a la Cuba comunista ? , esa es ya otra historia. Que aterrizaron en La Habana es un hecho, puesto que no se reunieron con los disidentes pero existe una foto de muy mal gusto, por cierto, en la que se les ve posando ante la enorme imagén del tal  » Che » Guevara, ese que asesinó a tantos cubanos y que en la actualidad domina una parte de la Plaza de La Revolución, junto a la estatua del poeta José Martí. Gran humillación para Martí el tener que estar tan cerca del asesino de la Cabaña, porque así le decían a Guevara y se ganó tal calificativo » gracias » a los muchos que mando asesinar en aquel lugar llamado La Cabaña.

Volviendo a los reyes; una visita que hace que el corazón de tantos y tantos cubanos que han sufrido por las atrocidades de la dictadura, de un bestial vuelco en el pecho porque sus Majestades dan la espalda a la desesperación de todo un país mientras que, ofrecen luz a los verdugos que actúan en la isla.

Doña Letizia se dio su paseíto junto a Lis Cuesta, la flamante » primera dama» cubana. Recorrieron algunas calles de La Habana mientras que Felipe VI estrechaba la mano del presidente Diaz Canel, el hombre al que Raúl Castro pusó en ese puesto por iniciativa propia ya que el pueblo no tuvó ninguna manera de oponerse. No hubó elecciones, nadie les consultó y ante tales signos de falta de democracia evidente los reyes aterrizan en Cuba.

El rey Felipe VI ofreció un discurso durante la cena organizada por la dictadura, elogió muchas cosas: la historia que une a ambos países, la cultura cubana y alguna que otra cosilla más, en fin, dijo lo que se dice siempre en tal ocación y que tal parece ser siempre lo mismo. Mencionó su deseo de ver a Cuba entrar en el camino de la democracia como lo hiciera, en su momento, España. Hizó alusión a las libertades que son necesarias en la isla pero no por eso se merece una medalla puesto que,  el estar sentado a la mesa del tirano ya lo convierte en cómplice.

Durante la estancia no les faltó de nada y, seguramente, no pensaron en el cubano de a pie que no tiene comida, ni medicinas ni el menor derecho de existir. Los reyes se encontraban con los dictadores y,  posiblemente,  fuera más que suficiente.

Vieron lo mejorcito del país. Asistieron al » circo» organizado por los » dueños» de Cuba pero no pusieron ni un pies en las cárceles repletas de gente inocente que no ha cometido un único crimen: no estar de acuerdo con la Revolución de Fidel Castro. No asistieron al terrible cotidíano de una miserable familia que no sabe qué poner en la mesa para subsistir.

No hubó ningún frente a frente con la realidad cubana, ellos fueron a lo suyo. Todo al margén del horror comunista. Los reyes pasaron muy por encima de la verdad al puro estilo cubano. Que pena de viaje. Que pena de personajes.

 

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El amor que grita en el silencio

Todo hace ver que el amor que tiene méritos es ese que se vive a dos, el que se va tejiendo con los días, el que se alimenta de la presencia constante. Un amor ideal para el que tiene la suerte de vivirlo porque el destino se lo ofrecio como sublime regalo.

Existe, sin embargo, ese otro amor que se mueve entre sombras y silencios. El amor que una vez se marchó y un día volvio sin anunciarse, arremetiendo contra todo lo que encontró a su paso y modificando, de golpe, lo ya construido.

El amor del pasado y tal vez prohibido, o no, en el presente. El amor que sacude, el que hace que un alma reviva gracias a la pasión. Ese amor que por motivos tiene que quedar en el silencio no es menos que el que puede ser gritado al viento.

El que vive amando sín poder expresarlo que no sienta pena, que no piense que es una especie de » anormal» puesto que, en  realidad, es todo lo contrario: aquél que ama en silencio lo hace con más intensidad, quizás, que muchos de los que muestran su amor.

El que calla para amar lo hace desde el sacrificio y sabe que esa es su verdad. No pide nada a cambio, no impone ninguna regla en el juego de los sentimientos, no exige nada: solo ofrece un amor inmenso a otra persona que, a lo mejor, hasta ignora su existencia.

Orgulloso tiene que estar el que siente un amor en silencio. No es fácil pero si muy bello. Hay amores que terminan al contacto del sol pero el amor que no se dice se combierte en eterno.

 

 

 

 

 

El carnicero de la cabaña, un idolo en Francia

No conocí la presencia de Ernesto Guevara. La época de su apogeo en Cuba me es desconocida, contaba yo con uno o dos años, pero esto no resultó ser un obstáculo para conocer al personaje. Con el tiempo se presentó a mí la memoria historica, las voces de los que me rodeaban en la isla y que, en tono muy bajo, porque hablar les costaba la poca libertad que les dejaba la dictadura,  me contaban las acciones de aquel hombre del cual tanto hablaba la Revolución. Me contaban la historia tal y como ellos la sabían, sin la menor pincelada de fantasia.

La Revolución fabricó un mito, un personage que suplantaba al mismísimo Cristo que, dicho sea de paso, borraron del universo cubano. El » Che» era el templo en el que se refugiaban los cubanos, unos por comunistas convencidos y otros obligados por ese mismo grupo, en cualquier caso el » Che» era el » Che» en la Cuba de los hermanos Castro.

» Mis » voces, fieles a la verdad, me decían que el famoso Guevara fué un hombre malvado, que se sentaba a fumar un tabaco habano mientras presenciaba el desarrollo de los fusilamientos en el lugar llamado » La Cabaña». El todopoderoso » Che » fue el compañero en cada una de las » travesuras» de los hermanitos Castro, junto a ellos fomentó el terror en la isla caribeña. Actuaron como chacales que expanden el horror tal un manto negro. El » Che» fue uno más de la pandilla.

Siempre supé la verdadera realidad, la que se esconde detrás del personaje dibujado a la perfección por la Revolución. Imagén que traspaso, naturalmente, las fronteras hasta invadir como un océano paralelo cada rincòn del planeta. El » Che » asesino, represor, cinico, malvado.

Mi sorpresa fue enorme al llegar a Francia con un conocimiento muy preciso y descubrir que los franceses tienen una adoración sin limites hacía el argentino sudoroso y polvoriento.  Los comercios se encuentran repletos de productos de corte capitalista en honor al guerrillero comunista.

La figura del hombre acompaña cada una de las manifestaciones y son muchas, puesto que los franceses aman lanzarse a las calles a protestar. La verborrea en la lengua de Moliere levanta al » Che » a una especie de altar en el que solo ocupan un lugar los grandes de esté mundo.

Los franceses, al parecer, no quieren saber nada del pasado activo de esté hombre, de los asesinatos, de las torturas y de un sin fin de acciones que encierra la trayectoria del revolucionario argentino.

Toda admiración tendría que acabar ante los hechos pero nunca es así, que gran pena. La gente continua alabando a sus idolos por muy malos que estos hallan sido. Las bellas ídeas tendrían que morir ante los acontecimientos, pero esté orden de cosas no existe.

El ser humano, a menudo, admira  a idolos de barro.