Sin salida

Vidas difíciles o vidas duras, nunca se logra poner una etiqueta a esas vidas que no encuentran respiro ante la adversidad y que luchan constantemente contra los molinos de viento que se levantan en un camino que, ademas, es tapizado de espinas.

Vidas que agotan las fuerzas en un intentar estéril puesto que son pocos los logros que se llegan a cosechar lo cual » asesina» cada vez, en el repetido afán, las ganas de seguir luchando.

Vidas que reciben golpetazos del destino como único derecho tangible. Vidas que se aferran a la esperanza y a ese seguir intentandolo con la ilusión del triunfo pero que, solo reciben el fracaso por respuesta.

Vidas que con el pasar del tiempo comprueban que se han quedado sin energia ante el deseo de vivir y que lo seguro ha sido el sufrimiento, aún asi se levantan con el alma adolorida para comenzar nuevamente pensando que, tal vez, está vez sea la ocación ideal pero….no

Esas vidas son heroicas y permanecen, por lo general, en el silencio. Un cruel anonimato que no merecen porque su batalla se hace todos los dias y durante años.

Vidas que terminan en un túnel que nunca tuvo salida y que merecen todos los honores.

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Máscaras

Las máscaras han invadido gran parte del planeta. La sociedad se ha visto obligada a protegerse para poder sobrevivir. Una máscara cubre parte del rostro para poder existir, en pleno siglo XXI.

La humanidad se volvio ciega, ante el sufrimiento de los seres vivos. El poder y la ambición de unos cuantos imperaban ante el drama de las personas, de los animales, e incluso, de la agonia del planeta.

Se despreció de forma descarada lo que vive, no se escuchó a los que pedían ayuda. Se extendió eso de: » mirar su propio ombligo», las acciones demostraron que el famoso yo-ismo era un lema muy seguido.

Las máscaras nos han » tapado la boca», nos recuerdan que hemos hablado mucho para no hacer nada, que hemos blasfemado, que hemos injuriado…

Las máscaras nos llevan, hoy, a bajar la cabeza. Han puesto de rodillas a toda una humanidad

 

Primavera

La primavera ha vuelto y lo ha hecho en la fecha en que suele hacerlo. Tranquila y sin alardear, ha tomado su lugar como cada año. De vuelta a casa ese ambiente de renacer, de luz y brillo. El mundo despierta después de meses sumido en el letargo gris del invierno.

Los días hermosos comienzan a instalarse poco a poco porque la primavera ha tocado a la puerta, sin embargo, en esta ocación no ha tenido el acostumbrado recibimiento, aunque se aprecia que nos da ánimos.

La primavera ha regresado en medio del sufrimiento, del dolor y la muerte y eso nadie podía imaginarlo. Un diminuto virus, de descomunal maldad, ha arrebatado el protagonismo al renacer,  a ese que nos tiene tan acostumbrados el Planeta, porque la naturaleza nos mima y nosotros la destruimos sin piedad para satisfacer la ambición materialista.

El Coronavirus y la primavera se están dando la mano en esta ocación. La vida y la muerte se han juntado para recordarnos que, quizás, no somos gran cosa en el Universo. La creación y la destrucción se dieron cita en el 2020 y, ni el más experto de los videntes, pudo verlo.

Esperemos que la primavera extienda su renacer borrando asi, con certeza, el llanto que riega la tierra que cubrirá, gracias a los cálidos rayos de un sol que observa desde las alturas, el correr desesperado de la raza humana.

 

 

 

Cubano es…

Cuba se enfrenta a sus problemas a golpes de salsa, un vaso de ron y, el increible arte de subsistir en medio de la nada que es tan innato en su gente. La salsa endiablada que brota desde cualquier esquina o que hace vibrar las más destartaladas de las casas, mientras que el cubano intenta llenar su tiempo.

Cuba, esa isla herida de la que millones de gente se va por obligación pero que, se convierte inmediatamente en millones de tatuajes que no se borran nunca del corazón de esos que la vieron por última vez desde un avión o estando encima de ese barco fabricado a escondidas, que los llevará a nueva tierra…o a la muerte en alta mar.

Si, Cuba es: salsa, guaguancó, maracas y una carcajada que estalla en el portal de una casa en ruinas. Un cubano que habla estruendosamente porque el silencio no es asunto de los que viven en la isla, allí todas las voces rompen el muro del silencio y el hablar bajo se lo dejan a los que residen más allá de sus fronteras.

La mujer cubana empieza la limpieza de la casa pero minutos después, deja la escoba en un rincón para ir a conversar con la vecina màs cercana porque es vital saber los últimos acontecimientos ocurridos en el barrio, o en la ciudad.

Los niños juegan en las calles y los adultos se reúnen en los portales o en las aceras para » arreglar el mundo» porque los cubanos siempre » modifican» el curso de la historia, aunque la suya sea un desastre. Un cubano siempre estará dispuesto a imaginar un mundo mejor puesto que extrae del llanto una sonrisa.

Se juega a la pelota con pasión. Lo saben todo y lo que no, se lo imaginan. Genios sin diploma que entienden el significado de la vida mejor que el mismísimo Albert Einstein. Colocan » parches» al cotidiano para que la sobrevivencia tenga luz propia.

Construyen el más diminuto objeto que les saque del apuro mientras arreglan otro que parecia muerto. Esa es la marca: Made in Cuba. Una marca con calidad y desparpajo.

 

Informar o morir

Me ha parecido magistral esté artìculo. Por muy dura que sea la situaciòn en la que vivimos, el cerebro necesita màs que la muerte para existir

El Optimista Escéptico

Los medios de comunicación escrita viven en una crisis constante. Desde que apareció internet, todo se digitalizó y nadie piensa que tenga que pagar por la información que circula por las redes, la prensa en papel va dando tumbos y la digital más o menos lo mismo y en esta nueva era del coronavirus sus problemas de siempre se han agudizado.

El gobierno está tomando medidas como loco buscando amortiguar el impacto de esta debacle económica en la que estamos entrando. Como todo se está haciendo de forma improvisada, lo que es normal por otra parte, cada día aparecen en el BOE nuevas medidas, aclaraciones o ajustes de las anteriores. Ocurre así con la relación de las actividades esenciales que no se han cerrado y entre ellas, desde el inicio de las restricciones, aparecen sorprendentemente los quioscos de prensa. Los quiosqueros se preguntan qué sentido tiene pegarse doce horas en…

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Cinco minutos

Siempre solemos encontrarnos con ese personage que se las da de perfecto y que está ahí para lanzar frases que te ponen los ánimos, y el autoestima, por los suelos. No hace falta mucho para que, de repente, lo encontremos al doblar de una esquina.

Después de hablar un poco con este tipo de personas uno sigue su camino de una manera distinta a como lo empezó. Prácticamente ya no caminamos sino que, nos «arrastramos» hasta llegar a nuestro destino deseando meternos en un hueco y no salir màs.

Todos hemos tenido un encuentro asi y lo vivimos mejor o peor, esto depende del grado de sensibilidad que abrigue nuestra manera de ser.

Si te ha ocurrido alguna vez te recomiendo que te ofrezcas cinco minutos para pensar en tu más fiel amigo: tú mismo. Recupera rápidamente esa amistad que quizás hayas dejado a un lado por motivos que solo tú conoces y «estreches» la mano de tu propio yo.

Amarse a si mismo es el comienzo de algo importante, es ese amor al que hay que recuperar  para hacer frente a los «ataques» de esa gente que no nos aprecia como es necesario.

Sitúate frente a tí mismo pero trata de hacerlo sin que las voces que te traen sonido negativo te llene la cabeza. Mírate en el espejo con sinceridad, reconoce los valores que posees y , mientras busques en tu interior, te iras encontrando con virtudes que están ahí pero que, pasaste por alto.

Elimina los miedos que, esos, no te ayudarán nunca en el trayecto que recorras. Los miedos son una amalgama de emociones tanto personales como ajenas que solo existen para poner sancadillas: cuando se cae no se avanza. No alimentes tus miedos, empieza una y otra vez cada vez que te equivoques y hazlo sin temor.

Cinco minutos contigo mismo. Cinco minutos de un reencuentro importante.

 

 

 

 

Aplausos

Admiro a esas personas que no se fijan en la fecha de nacimiento estampada en un papel cualquiera porque pasan de números, de comienzos y finales. Sí,  admiro a los que solo dicen:  » ¡ Estoy vivo !.

Admiro a quellos que piensan que lo importante es estar vivo y hacer cosas y que la edad es solo una » invención» de los pesimistas, algo que no les ataña porque ellos se marcharon a un lugar regido por el optimismo.

Admiro la risa explosiva de un anciano porque ilumina mi momento y hace correr la adrenalina por mi cuerpo. Se lo agradezco y pido mucho más.

Admiro a las personas mayores que en vez de quejarse y arrastrar los pies hacen proyectos de viajes y de aprendisaje mientras pisan firme, a tal punto que la tierra dice: » Está más vivo que nunca».

Admiro a aquellos que, a pesar del tiempo que pasa, piensan en seguir construyendo como si no existiera el final porque saben que el fin no tiene edad.

Admiro a los mayores que se ilusionan cada día, que aprenden y que dan ritmo al cuerpo mientras esté aguante y cuando ya no sea asi buscan otra manera de disfrutar de la vida.

Un aplauso para los que no ponen barreras que indiquen los limites en la vida. Muchas gracias a los ojos de aquellos mayores que siguen brillando ante la belleza de cada día con la misma intensidad que la de un niño.

El optimismo bajo sensura

Sur de Francia:

La noche es fría y el ambiente tan aburrido como de costumbre. Las ventanas de las casas se van cerrando, irremediablemente, a eso de las siete de la tarde. La mortandad gana terreno, la tristeza se puede » sentir» en el ambiente. No se escucha nada en la calle.

El cotidiano en Francia suele ser triste, desprovisto de esa » chispa» que hace que la vida sea agradablemente optimista. No todos son iguales pero por lo general el francés muestra la amargura que ha endosado como una segunda piel, camina con los hombros caídos y el rostro triste sin la menor expresión de alegría.

Los jovenes se sienten viejos antes de tiempo mientras que, los ancianos, esperan esa muerte de la que tanto hablaban en sus años mozos. En realidad, un francés se queja constantemente y es lo que mejor sabe hacer: nace y muere pero entre un estado y el otro no vive.

Francia, el país al que se llega optimista y pronto se piensa, únicamente, en lo negativo por puro mimetismo. La alegría natural es cortada de raíz, en Francia es un sacrilegio.

Una conversación banal toma siempre un derrotero espinoso: las enfermedades, el tiempo que pasa y la muerte. Un francés cuenta el proceso de una enfermedad de un familiar, de un amigo o, del amigo de ese amigo, con detalles precisos. Se regocija al abordar el tema del fin de una vida; tema que sale a relucir muchas veces sin ningún motivo pero llega…y se queda. Cumplir años para muchos es un símbolo de que se acerca la vejez y la muerte, un año más acerca la enfermedad y, por consiguiente, el final.

Para muchos franceses un: » ¡ ay»! , es el cimiento del cotidiano. La queja eterna que se intensifica al ritmo de ese andar que arrastra los pies. La queja de esa persona ciertamente joven pero que, ya habla de que tendrá que usar un bastón porque » ese es el detino» de todo ser humano, se sale » vacio» de un momento de conversación con un francés.

Cuando alguien rompe barreras y lanza una carcajada en la calle el amargado que camina cerca gira la cabeza intentando comprender qué ocurre, es extraño un estallido de alegría en medio de un perpetuo velatorio.

Bendito sean esos franceses que se han convertido en » ovejas negras» dentro de su propio país, esos que escalan el alto muro que separa el pesimismo del optimismo y que desean: ! vivir!. Un pequeño número que recuerda el bien que hace una sonrisa.

El optimismo se halla » prohibido» por una historia de genes. Un » bombardeo» psicológico que cumple muy bien con su cometido: hacer de Francia un país triste, morboso y sin esperanzas. La muerte se espera desde que se nace y la vejez se vive desde la juventud. El simple contacto con un francés suele secar el alma.

Un aplauso para esos que salen corriendo de ese camino trazado por aquellos que no saben para qué nacieron.

 

 

 

 

¡ Libertad !

Libertad es ese algo que no se puede agarrar con las manos, no se puede acariciar pero cuando se conoce, se experimenta una deliciosa sensación que nos permite comprender que somos poseedores de un tesoro inestimable.

La libertad es un fluido tan frágil que se escapa entre los dedos, se va en cada respiración. Envueltos en el día a día olvidamos que la tenemos, la costumbre nos hace darle poca importancia y, sin embargo, hay seres que la buscan con ansias.

Cuando la libertad falta los pueblos se levantan, gritan su nombre hasta el desgarro porque ella es, la luz que todos aman. El ser humano siempre espera que guie su camino para no sentirse entre rejas.

Pobre de aquel que la pierda por miedo a estar solo. Infeliz el que entrega su libertad a la pareja equivocada simplemente por afirmar que tiene a alguien en su vida. Desdichado el que, por temores, no le da el calor necesario al hecho de ser libre.

La libertad es el canto a un todo, a la esencia de uno mismo, al Universo entero. La libertad puede ser la verdad total para muchos y el misterio para otros. El que pierde su libertad en busca de lo material o de un compromiso sin futuro, se traiciona a si mismo.

La libertad es esa unión tan perfecta entre el individuo y la acción, entre el ser y el tiempo: su tiempo. Es una gozada el poder actuar sin la represión impuesta por otro. Maravilloso el cuerpo a cuerpo con el momento presente sin el menor impedimento.

Libertad es: expresar lo que se siente hasta llegar al grito más audaz,  ir hacía la vida que se elige con pasos firmes y férrea convicción porque es la capacidad de aceptar, de asumir y de endosar, en definitiva, nuestra propia piel.

 

El tiempo

Vivimos en una especie de vorágine en la que los días se suceden con tal intensidad que a veces nos da la impresión de que hacemos las mismas cosas, nos viene la sensación de estar estancados en un mismo día ya que todo es repetitivo al extremo.

Nos  » olvidamos» del tiempo y, sin embargo, se encuentra ahí. Parece paralizado ante la rutina pero corre sin que nos demos cuenta. Corre mucho el tiempo en la actualidad, corre demasiado.

Antiguamente, en la época de nuestros abuelos, el tiempo transcurría con más calma. La sociedad se ofrecía el lujo de disfrutar de ciertos momentos repletos de calidad emocional: leían el periódico largo rato, se sentaban en la mecedora que se hallaba en el portal de la casa para hacer una buena digestión mientras miraban a lo lejos con tranquilidad. Las comidas se hacían en casa, en familia. Se paseaba sin apuros, se saludaba a los amigos, se conversaba sin prisas.

Existían graves problemas relacionados con la época, eso es cierto. Problemas los hay también ahora, cada momento su historia.

El tiempo se disfrutaba antes. Se disfrutaba, tal vez, con muy poco porque se apreciaba la calidad de lo humano: emociones, entregas, solidaridad, bondades, amistad, lealtad…los valores se encontraban en unión perfecta con el tiempo.

En el presente el tiempo no tiene gran calidad porque se ha » vendido» al consumismo, al atroz materialismo, a la maldad. Se trata de un tiempo muy moderno en el que el ser humano es un robot entregado por entero a las tareas repetitivas o a la ambición de buscar más y más dinero aunque esto último implique » entregar el alma al diablo».

Un correr hacía ningún lado en concreto, se busca un algo que no se sabe precisamente lo que puede ser. Los valores se pierden, la humanidad se ha cambiado por la indiferencia y la intolerancia. El amor se ha quedado relegado para dar paso al odio. El ser humano se autodestruye y destruye a ultranza, encontrando placer en todo esté proceso.

Nada es como en el pasado, en la » locura » masiva el tiempo se escurre con rapidez y los días, meses y años pasan sin que se pueda hacer cuerpo con ese tiempo que los forma.

El hombre tiene el progreso en sus manos pero no tiene los detalles, la esencia, de la vida porque derrocha el tiempo en lo que no tiene importancia. El tiempo pasa de prisa cuando no se hace nada por retenerlo en lo que vale realmente la pena.