Aplausos

Admiro a esas personas que no se fijan en la fecha de nacimiento estampada en un papel cualquiera porque pasan de números, de comienzos y finales. Sí,  admiro a los que solo dicen:  » ¡ Estoy vivo !.

Admiro a quellos que piensan que lo importante es estar vivo y hacer cosas y que la edad es solo una » invención» de los pesimistas, algo que no les ataña porque ellos se marcharon a un lugar regido por el optimismo.

Admiro la risa explosiva de un anciano porque ilumina mi momento y hace correr la adrenalina por mi cuerpo. Se lo agradezco y pido mucho más.

Admiro a las personas mayores que en vez de quejarse y arrastrar los pies hacen proyectos de viajes y de aprendisaje mientras pisan firme, a tal punto que la tierra dice: » Está más vivo que nunca».

Admiro a aquellos que, a pesar del tiempo que pasa, piensan en seguir construyendo como si no existiera el final porque saben que el fin no tiene edad.

Admiro a los mayores que se ilusionan cada día, que aprenden y que dan ritmo al cuerpo mientras esté aguante y cuando ya no sea asi buscan otra manera de disfrutar de la vida.

Un aplauso para los que no ponen barreras que indiquen los limites en la vida. Muchas gracias a los ojos de aquellos mayores que siguen brillando ante la belleza de cada día con la misma intensidad que la de un niño.

El optimismo bajo sensura

Sur de Francia:

La noche es fría y el ambiente tan aburrido como de costumbre. Las ventanas de las casas se van cerrando, irremediablemente, a eso de las siete de la tarde. La mortandad gana terreno, la tristeza se puede » sentir» en el ambiente. No se escucha nada en la calle.

El cotidiano en Francia suele ser triste, desprovisto de esa » chispa» que hace que la vida sea agradablemente optimista. No todos son iguales pero por lo general el francés muestra la amargura que ha endosado como una segunda piel, camina con los hombros caídos y el rostro triste sin la menor expresión de alegría.

Los jovenes se sienten viejos antes de tiempo mientras que, los ancianos, esperan esa muerte de la que tanto hablaban en sus años mozos. En realidad, un francés se queja constantemente y es lo que mejor sabe hacer: nace y muere pero entre un estado y el otro no vive.

Francia, el país al que se llega optimista y pronto se piensa, únicamente, en lo negativo por puro mimetismo. La alegría natural es cortada de raíz, en Francia es un sacrilegio.

Una conversación banal toma siempre un derrotero espinoso: las enfermedades, el tiempo que pasa y la muerte. Un francés cuenta el proceso de una enfermedad de un familiar, de un amigo o, del amigo de ese amigo, con detalles precisos. Se regocija al abordar el tema del fin de una vida; tema que sale a relucir muchas veces sin ningún motivo pero llega…y se queda. Cumplir años para muchos es un símbolo de que se acerca la vejez y la muerte, un año más acerca la enfermedad y, por consiguiente, el final.

Para muchos franceses un: » ¡ ay»! , es el cimiento del cotidiano. La queja eterna que se intensifica al ritmo de ese andar que arrastra los pies. La queja de esa persona ciertamente joven pero que, ya habla de que tendrá que usar un bastón porque » ese es el detino» de todo ser humano, se sale » vacio» de un momento de conversación con un francés.

Cuando alguien rompe barreras y lanza una carcajada en la calle el amargado que camina cerca gira la cabeza intentando comprender qué ocurre, es extraño un estallido de alegría en medio de un perpetuo velatorio.

Bendito sean esos franceses que se han convertido en » ovejas negras» dentro de su propio país, esos que escalan el alto muro que separa el pesimismo del optimismo y que desean: ! vivir!. Un pequeño número que recuerda el bien que hace una sonrisa.

El optimismo se halla » prohibido» por una historia de genes. Un » bombardeo» psicológico que cumple muy bien con su cometido: hacer de Francia un país triste, morboso y sin esperanzas. La muerte se espera desde que se nace y la vejez se vive desde la juventud. El simple contacto con un francés suele secar el alma.

Un aplauso para esos que salen corriendo de ese camino trazado por aquellos que no saben para qué nacieron.